Dos sonadas ausencias y un accidente con las alianzas: así fue la histórica boda de Guillermo y Máxima de Holanda

El 2 de febrero de 2002 se celebró la histórica boda de Guillermo y Máxima de Holanda. El camino hasta llegar a darse el “sí, quiero” no fue tan sencillo como les habría gustado, pero su enlace llenó de júbilo a todo el país y la popularidad de la que gozan a día de hoy entre los holandeses es incuestionable. Tres días de celebración, dos sonadas ausencias y un “accidente” con las alianzas son parte ya de la historia de Holanda y del matrimonio feliz y estable de los reyes. Te contamos todos los detalles de aquella gran boda celebrada hace ya 22 años. 

Un encuentro en Sevilla

Siendo él holandés y ella argentina, no deja de resultar curioso que se conocieran en Sevilla, algo tan improbable como que el heredero al trono de Holanda y una joven procedente de Argentina comenzaran una relación que ha vencido todos los obstáculos posibles. La llegada de Máxima a la casa real de Guillermo no fue sencilla, ya que él era el heredero (y actual rey) a la corona, y nunca antes se había dado un matrimonio con una persona de origen plebeyo. Ese escollo es parte del pasado, ya que Máxima ha demostrado con creces que como reina consorte es impecable, al igual que lo fue como princesa en los años anteriores a la coronación de Guillermo. 

Posiblemente, el mayor obstáculo al que tuvieron que enfrentarse era al malestar que generaba que ella fuera hija de un ministro del dictador Videla. Esto no dejó de estar presente durante mucho tiempo, incluso el mismo día de la boda para un sector de la población holandesa. Pero ella supo desligarse de manera evidente de esta difícil vinculación, convenciendo hasta a los más contrarios a su presencia en el país. Con esta situación tan complicada, que Máxima fuera católica en un país en el que la religión mayoritaria es la protestante. 

Tres días de celebración

Los festejos comenzaron con una cena y baile de gala que se celebró en el Palacio Real y a la que asistieron cerca de 300 invitados de diferentes casas reales, entre ellos la reina Sofía, Carolina de Mónaco, Carlos de Inglaterra o Noor de Jordania. Ese día, además, se celebraba el cumpleaños de la reina Beatriz, madre del novio. Guillermo y Máxima se habían conocido en Sevilla, pero su relación se consolidó en Manhattan, así que eligieron para su baile “New York, New York”, la famosa canción de Frank Sinatra. 

A continuación tuvo lugar la boda civil, celebrada en la Beurs van Berlage y oficiada por Job Cohen, el alcalde de Amsterdam. La ceremonia religiosa ocurrió en la Nieuwe Kerk, la iglesia del siglo XV que se encuentra junto al palacio real, y fue seguida por millones de personas por televisión, sin olvidar a los miles de curiosos que se acercaron hasta las inmediaciones del templo para ver a los novios en directo. 

El vestido de Máxima

La novio llevó dos vestidos, ambos diseñados por Valentino. El primero lo lució en la cena de gala, y el otro en las dos ceremonias de boda, la civil y la religiosa. El diseñador tuvo libertad creativa siempre que el vestido fuera solemne, sobrio y elegante. Valentino acertó con su propuesta, rematada con un espectacular velo de cinco metros de cola. Hay que añadir que ese día Máxima lució la Tiara de las Estrellas, una tiara muy especial que había pertenecido a la esposa del rey Guillermo III de Holanda.

Las ausencias y los nervios del novio

Tras determinarse que el padre de la novia, Jorge Zorreguieta, había tenido conocimiento y posible participación en la violación de los derechos humanos durante la dictadura militar de Videla en Argentina, se le negó la invitación a la boda de su hija, así como la entrada a los Países Bajos. Esto supuso un motivo de tristeza para Máxima, que rompió a llorar cuando la orquesta interpretó en honor a su país de procedencia el tango “Adiós, Nonino” de Astor Piazzola.

También faltó el padre del novio ya que, según él mismo contó a la prensa, estaba molesto por no conseguir ser rey, algo que le provocaba grandes enfados a menudo. En esta ocasión se retiró al palacio de Caix, en Francia. A pesar de estas sonadas ausencias, la boda transcurrió con alegría, y no faltaron las anécdotas, como cuando el novio, por culpa de los nervios, era incapaz de poner la alianza en el dedo de Máxima. Eso sí, se lo tomó con humor y finalmente pudo darse el intercambio de alianzas y comenzar uno de los matrimonios más estables, respetados y queridos dentro de las monarquías europeas.