Ara Malikian: "Pude haber acabado en el lado oscuro, pero mi violín me salvó"

divinity.es 13/04/2016 13:21

De pequeño tocaba en los sótanos del Líbano para entretener a sus vecinos, mientras fuera silbaban las bombas. Lo recuerda sin tragedia, tranquilo, fluyendo. Al fin y al cabo, dice, "algo había que hacer para divertirse tantas horas allá abajo". Hemos quedado con Ara Malikian en su ático de Malasaña, un oasis bohemio y algo caótico con piano, varios violines, una pintura que ocupa toda la pared y terraza al sol. Se pone un té. Ofrece. Sigue fluyendo. La suya es una historia de ruptura con el 'establishment' musical, como él lo llama, pero sobre todo con la idea de que la música clásica es algo que solo pueden disfrutar unos pocos. De hecho ahora trae varios conciertos macro, como el de Las ventas el próximo septiembre.

Comenzó a tomar distancia ya de niño, cuando "los músicos clásicos arrogantes y serios" le echaban la bronca por tocar moviéndose de aquí para allá. Aquel gesto innato es hoy un signo de identidad: ahora no solo se mueve, sino que salta, baila, corre sobre el escenario. A los enanos les encanta. A los padres, más aún. Todo el mundo acaba pasándolo bien con Bach, Beethoven, Schubert, Stravinsky o Paganini. El mejor regalo que le ha hecho su violín, dice, es "la libertad de hacer lo que uno quiere" y "haber ido siempre hacia la luz en vez de hacia lo oscuro". Quién sabe, quizá su hijo de año y medio le siga el ritmo.

450 actuaciones, 40 países, más de 40 discos… ¿no sabes decir no?

(Risas) Por eso tengo amigos que dicen no por mí. Me cuesta decir no, pero lo tengo asumido, ya ni lo intento. De hecho, me gusta decir sí. El sí da buen rollo, es bonito. Me gusta hacer de todo, tocar de todo, pero luego, claro, no llego.

¿Hay que llevar la música clásica a la gente o la gente a la música?

No hay que forzar nada. El concepto que tenemos es que es algo muy complicado, que la tienes que haber estudiado para entenderla… y no es así. Solo hay que dejarse llevar y alejarse de los prejuicios. Y especialmente de los músicos clásicos arrogantes y serios.

¿Por dónde le recomedarías empezar a alguien?

Bach es imposible que no te guste, Beethoven, Schubert, Stravinsky, Paganini me encanta… Depende de gustos: es exáctamente igual que en el rock o el pop, hay gente que les gusta Led Zeppelin y a otros Lady Gaga.

¿Son como colegas ya para ti?

¡Ojalá! Les conozco muchísimo, pero no pretendo que sean colegas, les venero y son una fuente de inspiración enorme. Muchos han sufrido mucho porque en su época no fueron apreciados. Es difícil de imaginar pero Schubert, por ejemplo, nunca pudo oír ninguna de sus obras sinfónicas y ahora es uno de los más importantes. Como Van Goch.

¿Te sientes apreciado?

Por supuesto, querido y reconocido, aunque no pretendo compararme con ellos. Nuestra profesión va por rachas y hay que asumirlo. Ahora estoy en una buena.

Libanés de origen armenio que vive en España, ¿qué tanto por ciento tienes de cada parte?

(Risas) Es imposible decirlo, porque soy además de muchos otros sitios más: he vivido en Londres, Francia, viajado por el mundo... Cuando tengo que ir por ahí a trabajar, en dos meses llego a estar muy a gusto allá donde estoy. Intento adaptarme a cómo se suele vivir en un lugar y me sale bien.

¿No tener un lugar hace más fácil ser de todos a la vez?

Por supuesto. Aunque sí que me costó mucho mi primer viaje, cuando dejé el Líbano a los 15 años para ir a Alemania con una beca para tocar el violín y lo pasé fatal. Nunca había salido, sin mis padres, sin entender la vida, ni una palabra del idioma… Nadie me controlaba y podía hacer lo que quería. Tuve mucha suerte porque podía haber acabado en el lado oscuro, pero mi violín me salvó. Por eso siempre doy gracias a mi violín: gracias a él siempre he ido hacia la luz.

¿Cuál es el primer recuerdo que tienes del violín?

Mi padre era violinista, así que el violín le tenía desde que nací. Recuerdo que intentaba imitar las melodías que le oía a él, pero sin haber dado aún una sola clase.

¿Te enseño él?

Sí, y era un poco pesado. Muy severo. Siempre quería que tocase. Me enfadaba mucho con él en aquella época y muchas veces he acabado llorando porque no quería tocar. Aunque hoy, claro, estoy eternamente agradecido.

Ahora tienes un hijo de año y medio, ¿le enseñarás?

Me gustaría, pero no creo que sea capaz de hacer lo que hizo mi padre. No soy tan estricto. Aunque le amo por haber sido así, pero no sé si podría. Si a mi hijo le gustase, estaría feliz de la vida de inspirarle, llevármelo a todos lados, tocar con él… pero para tocar cualquier instrumento bien hay que dar un paso además de jugar y eso supone tocar muchas horas. Para vivir de ello hay que hacer mucho sacrificio y eso no sé si sería capaz de pedírselo a mi hijo.

¿Ensayabas muchas horas de niño?

Ojalá alguien encontrase un sistema en el que no haya que ser tan metódico, le besaría mucho, pero no existe. Yo cambié: cuando tenía 18 años tocaba diez o doce horas, ahora menos. Pasé por toda la enseñanza académica y a los 25 rompí con mis profesores y lo rígido y salí a ver el mundo y la vida. Hacen falta las dos cosas: la técnica y la liberación, pero a veces el 'establishment' musical no te deja liberarte.

¿Es verdad que de pequeño te echaban la bronca por no tocar quieto?

Solía tocar caminando, pero ni me daba cuenta. Era más divertido. Hoy en día toco mejor moviéndome y saltando que parado, aunque para muchos es más difícil porque les han enseñado que hay que pararse y concentrar todo hacia dentro.

¿Tocabas en los sótanos durante la guerra del Líbano?

Sí, pero suena más trágico de lo que era. Tocaba porque pasábamos mucho tiempo allí y, dentro del drama de una guerra, la vida seguía y la gente intenta hacer pasar el tiempo y divertirse. Yo tocaba el violín, otros la guitarra, otros bailaban… hacíamos alguna fiesta improvisada.

¿Y ahora Siria te remueve?

Muchísimo. Veo las imágenes y es desesperante. En Líbano lo pasamos mal, pero en Siria ahora está ocurriendo un genocidio, enfrente del mundo entero y nadie hace nada. En cuatro o cinco años nos daremos cuenta de que además estamos ayudando a aniquilar una raza.

¿Qué te ha enseñado la música?

Me lo sigue enseñando: la libertad, el ser feliz libre. Hace veinte años no te hubiese dicho esto porque estaba muy metido en la técnica y en la perfección, pero ahora busco esa libertad de hacer lo que uno quiere. No escucho a los que me dicen: 'Bach se toca así'. No. Escucho a mi novia, a mis amigos… pero no a los expertos.

¿Y los niños en tus conciertos?

La sinceridad, la frescura y que cuanto más viejos nos hacemos más acomplejados estamos y más lo fastidiamos todo. Ahora que soy padre se ha multiplicado por cien. Hoy toco para los adultos como he aprendido a tocar para los niños.

¿Has ligado mucho con el violín?

Eso se dice siempre (risas). No es que vaya ligando con él, sino que las parejas que he tenido son gracias a él, en conciertos o situaciones similares. Mi vida es la música, hago pocas fuera de ahí. Así que, de nuevo, tengo que darle las gracias.

¿Qué piensas cuando tocas?

No pienso, es un trance. Si pienso, es que me estoy aburriendo. Es un subidón. Antes tocaba cosas que no me gustaban, pero hoy soy libre y toco solo lo que me gusta. La música cura el alma y el corazón. Un orgasmo. Un momento sagrado para mí.