Isabel Allende: “Hay que correr riesgos, me acabo de volver a enamorar con 75 años”

divinity.es 06/06/2017 19:09

Isabel Allende tiene 75 años. Ella misma lo repite mucho, pero con tono veinteañero. No de voz, sino vital. La escritora más leída en español, la autora de 'La casa de los espíritus' y 'Paula' (sobre la muerte de su hija), insiste varias veces en la charla, sentada en un banco a la sombra, en que "hay que correr riesgos". Y "tener curiosidad por el mundo". Y "pasar los túneles pensando que siempre hay luz al final". De eso va precisamente su última novela, 'Más allá del invierno', "del verano invencible que hay dentro de uno a pesar del frío". Y parece que su canción funciona: tras separarse de Willie Gordon, su marido durante 28 años, desmontar su casa y ver morir a su perrita Olivia, ha encontrado sin querer un nuevo amor: un abogado americano que la escuchó hablar por la radio y quiso conocerla. ¡Ya se lo ha presentado hasta a sus padres!

Si te dicen 'la escritora más leída en español, 65 millones de copias vendidas', ¿qué es lo primero que piensas?

Que no tiene mucho que ver conmigo. Son números que suceden en un círculo externo. La vida privada de uno sigue siendo la misma: la misma inseguridad, miedos, problemas, amores. Al resto puede impresionarles, a mí me deja igual.

¿Sigues sintiéndote insegura al escribir?

La dificultad para comenzar una novela nueva, si voy a ser capaz o no… Menos que al principio, pero claro que sigue existiendo. Cada novela es un desafío tremendo. A mí lo que me importa es eso, lo otro ya no depende de mí: una vez que el libro se va a las manos de la gente, ahí ya lo perdiste.

Este nuevo surge de una frase de Camus: "En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible"

Me impresionó mucho porque estaba viviendo un momento bastante plano en mi vida. Había tenido algunas pérdidas muy importantes: mi matrimonio de 28 años con Willie, a quien amé mucho, se había terminado; se murieron dos amigos muy cercanos y también Carmen Balcells, que fue una pérdida para mí brutal; también mi perra Olivia, que ha sido mi sombra y mi compañera durante 17 años y me seguía a todos lados... Todo cambió. Me fui de la casa grande donde vivíamos, me deshice de todos los muebles y me fui a otra chiquita a hacer otra clase de vida. Y sentí que tenía 73 años y entraba en el otoño de mi vida. No diré invierno porque no me sentía acabada. Cuando leí la frase me di cuenta de que otras veces había pasado periodos así, en los que todo parece un largo túnel oscuro. Y al final siempre hay luz y está el verano invencible esperándote. Es cuestión de abrir el corazón, correr riesgos y tener curiosidad por el mundo.

¿Eso es la novela?

Son tres personajes, que se encuentran en un invierno real en Nueva York pero también en uno en sus vidas, y suceden circunstancias inesperadas que les obligan a tomar una decisión: lavarse las manos y seguir donde están o correr el riesgo de hacer algo que puede tener graves consecuencias, pero también un ejercicio de solidaridad y amistad… que les trae el amor.

¿A ti también te ha traído ese 'otoño' tuyo un amor, no?

¡Para que tú veas que no hay túneles eternos (risas)! ¡Si a mi edad me puede salir un pretendiente, hay esperanza para cualquiera (risas)!

Es maravilloso…

Milagroso, diría yo (risas). Imagínate: un hombre de 74 años, viudo, abogado, que va conduciendo a Boston en su coche y me escucha por la radio y consigue el teléfono de mi fundación y luego me contacta y me empieza a escribir todos los días para darme los buenos días y las buenas noches. Sin nada especialmente romántico, muy sencillo pero muy cariñoso y con mucho respeto, que locos hay muchos. Así durante cinco meses, hasta que fui a Nueva York por trabajo y me invitó a comer. Él también estaba viviendo un invierno, el del duelo por su mujer, solo en la casa en la que había criado a sus hijos. ¡Pero corrió el riesgo!

¿Qué te escribía?

Roger, que así se llama mi americano, me preguntaba cómo iba la escritura, me mandaba una foto de su higuera con los primeros frutos o de su café o la luna llena por la noche… Cosas así. Suficiente para que me gustase y no me asustase. ¡Lo hizo con tanta delicadeza y tan de a poquito que ni cuenta me di!

¿Cómo fue ese primer encuentro?

Yo vivo en California y él en Nueva York, imagínate: hay que cruzar el continente. Desde octubre que nos conocimos nos hemos visto cada dos semanas, porque él viene o yo voy porque tengo mucho trabajo allí. ¡Hasta me lo llevé a Chile y se lo presenté a mis padres en febrero! ¡Imagínate! Mi padrastro tiene 101 años (risas) y llego y le digo: 'Ramón, este es mi nuevo pololo [novio]'. Y él me dice: '¿Cómo? ¿Otro más?' (risas). ¡Está vendiendo la casa para venirse conmigo!

¿Como dos veinteañeros?

Es que no tenemos tiempo que perder, querida. Así se lo dije cuando comimos: '¿Tú qué intenciones tienes?'. Y él se atragantó con los raviolis (risas). Pero se sobrepuso, y me dijo que lo único que quería era algo más que amistad. Y al día siguiente le convidé a dormir conmigo. Yo veo que la gente joven no quiere sufrir: quieren una pareja, pero no quieren correr riesgos y todo lo quieren seguro. No hay amor así, no te puede pasar nada si quieres una vida segura.

¿Has corrido muchos riesgos?

Todos. Y lo he pasado pésimo y muy bien.

En cuanto a inviernos, ¿quizá el más profundo fue cuando falleció tu hija Paula?

Uno largo. Y muy fuerte. El que más. Cuando Paula murió mi mamá había venido de Chile y estaba conmigo, primero en Madrid y luego en California. Tenía el corazón destrozado, pero no estaba deprimida, porque nunca lo he estado. He estado muy triste, mucho, pero nunca con depresión paralizante. Y mi mamá me dice: "Este duelo es como un largo túnel y te lo vas a tener que recorrer sola, lágrima a lágrima y paso a paso, así que tienes que seguir caminando'. Y mi manera de hacerlo fue escribir y salió el libro. Sobre todo el primer año, el más duro. Y no se me olvidó nunca esa frase de mi mamá.

¿Lo más duro es sobrevivir a la muerte de un hijo?

Sin duda, más que un divorcio. Pero poco a poco vuelves a reírte, a cenar con los amigos, a abrirte a la vida, regresa el amor… Willie y yo sobrevivimos a la muerte de tres hijos: Paula y sus dos hijos por drogas. Muy pocas parejas pueden pasar una cosa así y seguir juntas, creo yo.

¿Qué tal con tu otro hijo, Nicolás?

Debe de ser adoptado (risas), es completamente diferente a mi: alto, delgado, zen, mente científica y matemática. Al principio, cuando empecé a escribir, Nicolás trataba de ponerme en la realidad diciéndome que esta cosa o la otra no había sucedido tal y como yo lo describía en las novelas… Ahora ya no me corrige, porque ha entendido que pienso de un modo diferente y veo las cosas de manera distinta a él. Nos aceptamos y nos queremos como somos, tenemos una relación muy linda. Otra relación excepcional es con mi nuera, su mujer, que viaja conmigo y me acompaña a todas partes. La adoro.

¿Se ha convertido en una hija?

Así es, una compañera absoluta. Ella siempre aclara todo: me confronta y me dice las cosas desde el cariño. Si puedes hablar las cosas, puedes resolverlo todo.

¿Te quedas ya en EE.UU?

Cuando salió Trump pensé seriamente en irme del país. Me da miedo que un personaje como él pueda destruir las instituciones y una democracia tan sólida. Pero bajo la superficie hay todo un movimiento de resistencia muy interesante. Eso me interesa vivirlo. Y además ya te digo que me salió novio americano y no me lo puedo llevar a Chile tan fácilmente (risas).

¿Como inmigrante latina te toca especialmente?

El daño que puede hacer es tremendo para todos, pero parece que le han ido parando…. El tema de los refugiados está también muy presente en el libro: él no crea nada, pero encarna un sector de la sociedad que siempre ha existido y estaba pequeño y controlado, pero emergió. Pasó en Alemania con Hitler y aquí con Franco. Son minoritarios, pero adquieren tanto poder que terminan controlando la población. En Chile estoy segura de que no eran una mayoría los del golpe, pero se quedaron en el poder por 17 años: eso es lo que me da miedo.

¿Si no hubieses arriesgado en irte de Chile no habrías sido escritora?

Seguramente no, escribí 'La Casa de los Espíritus' por nostalgia. Aunque habría sigo una buena periodista, trabajaba en una revista femenina y siempre me mandaban a hacer artículos interesantes, como uno sobre el LSD cuando recién llegó. Preguntar te pone en el mundo. Te da curiosidad y una especie de impunidad para acercarte a la gente para hacerle las preguntas más íntimas. ¡Y contestan! '¿Usted usa anticonceptivos?'. Y la gente va y te da una explicación.

¿Usas anticonceptivos?

(Risas) A mi edad no hace falta, querida (risas).

Empiezas libro cada 8 de enero: ¿cómo lo tienes este?

Con ganas de que llegue, porque ya estoy investigando. Pero no te lo puedo contar, porque si lo hablo se me desinfla. Aunque puedo decir que tengo el cosquilleo en el estómago.