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El pueblo en el que nació y veranea Paula Echevarría: con rincones fascinantes y un juicio delirante

Paula Echevarría de vacaciones
Paula Echevarría en Candás, el pasado mes de julioInstagram @pau_eche
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Es una de las grandes influencers de moda, además de una excelente actriz. Paula Echevarría (o Pau Eche para sus mayores fans) apura los últimos coletazos del verano para cargar pilas (o descargarlas, como ella misma reconoce) antes de lanzarse de lleno a la rutina que nos impone el otoño: el colegio del pequeño Miki, sus compromisos profesionales, los de su pareja, Miguel Torres… Pero, mientras todo eso llega, el verano va dejando recuerdos: su cumpleaños en Marbella, que ya es tradición, el 17º aniversario de Dani, su hija mayor y su paso por Candás, el pueblo que ama y que está ligado a su infancia.

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Así es Candás, el pueblo de Paula Echevarría

“Y a ti, ¿qué te hace feliz?”, se preguntaba la actriz para a continuación responder con varias etiquetas que condensan la esencia de su felicidad: verano, familia, pueblo, amigos, Asturias, Candás. Esta parroquia (así se llaman estas subdivisiones administrativas en Asturias) es la más poblada del concello de Carreño. La parroquia de Candás tiene algo más de 7.300 habitantes censados, de los que más de 6.800 pertenecen a la villa del mismo nombre, situada a 13 km de Gijón, a 17 de Avilés y a 30 de Oviedo.

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Qué ver en Candás

Uno de los encantos de Candás es su puerto, del que se tienen noticias ya del siglo XIII. En la zona del puerto se encuentra su playa urbana, La Pregona, que cuenta con una curiosa formación rocosa llamada Peña Furada: se trata de una roca en medio del agua, con una especie de túnel que une la mencionada playa con la contigua y más grande de La Palmera. La Peña Furada es la imagen más icónica de Candás, y la que puedes observar en las imágenes de su pueblo que comparte Pau Eche. Cuando la marea está baja, se puede cruzar esa especie de paso a pie.

Playa de La Pregona y, en primer plano, la Peña Furada

Entre sus edificios emblemáticos están el ayuntamiento, un hermoso edificio del siglo pasado de colores vivos, y la Quinta Clarín, casa en la que pasó largas temporadas el famoso escritor. Otros lugares emblemáticos son la Torre de Prendes, levantada entre los siglos XIV y XV, la Iglesia de Santa María de Piedeloro, románica, o la capilla de San Roque, de comienzos del XVI. Pasearse entre las calles de este municipio, uno de los que están más al norte de España, es una auténtica delicia.

Pero Candás es, sobre todo, un lugar de tradición marinera. Su puerto fue un puerto ballenero, y se mejoró y amplió en el siglo XVIII. Pero debemos viajar al siglo anterior, al XVII, para encontrarnos con uno de los pleitos más increíbles y delirantes de nuestra historia: el Pleito de los Delfines.

Fachada del Ayuntamiento de Candás

Qué comer en Candás

Bueno, si te asomas con frecuencia a las redes de Paula, habrás visto los platazos de marisco que muestra a veces. Pescado y frutos de mar constituyen gran parte de su magnífica oferta gastronómica, aunque no es la única: el fariñón, un embutido con base de harina de maíz, es típico de la zona, así como las marañuelas (una especie de galleta dulce) y, cómo no, el arroz con leche.

Cuando los marineros de Candás se querellaron… contra los delfines y las ballenas

Durante un tiempo se pensó que se trataba de una leyenda urbana, pero hay documentación de este pleito. En el año 1624, el cura de Candás presentó ante el obispo de Oviedo una demanda propuesta por los pescadores. Estos se quejaban de que los delfines y los calderones (un tipo concreto de ballenas) poblaban masivamente la ría, lo que causaba una importante quebranto económico: rompían sus redes de pesca y se la comían.

Monumento homenaje al Pleito de los Delfines

La Universidad de Oviedo asignó un abogado defensor y un fiscal a este peculiar juicio, en el que participaron desde testigos hasta un clérigo de la Santa Inquisición. Mientras la defensa de los mamíferos acuáticos sostenía que tenían derecho a alimentarse y su presencia en la zona era anterior a la humana, el fiscal mantuvo que los pescadores tenían más derecho que los delfines a pescar. Se dictó sentencia y se ordenó a los delfines acabar con los ataques y abandonar las aguas: si desobedecían, la condena sería el infierno. Cabe sospechar que los cetáceos hicieron oídos sordos a la sentencia, y que el infierno les dio un poco lo mismo. En cualquier caso, y en honor a esta historia loquísima, el municipio levantó en 1982 un monumento que deja constancia de aquel juicio.

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