Montalá cuenta su horrible historia en una pizzería de Barcelona: "El baño estaba abajo, había que bajar unas escaleras. Tenía tanta urgencia que ni siquiera cerré con pestillo. De pronto la luz general se apagó. Allí estaba. Un hombre. Vi el reflejo de sus gafas, agazapado, esperándome", narra en su blog.
"Me abalancé a la puerta para cerrarla con el seguro. Él también se abalanzó. Forcejeamos. Era un hombre muy alto, muy grande. No logré verle la cara. La puerta me golpeó la cara tan fuerte que al día siguiente tenía una parte de mi boca totalmente negra. Grité tan fuerte que mis gritos se oían desde la calle. Nadie bajó. Nadie", denuncia la actriz.
Continúa la historia explicando cómo se sintió y explicando el motivo de por qué no denunció en su momento: "Abrí la puerta. No podía apenas hablar. Temblaba. Me subieron arriba y todo el mundo me miraba sin articular palabra. Me sentí observada, avergonzada. Magullada y sin poder dejar de temblar. Me fui. No lo denuncié. Mi tío quería llevarme a la policía y yo sentía pura vergüenza. No puedo explicármelo ahora, pero así me sentí. Quería olvidarlo. Sé que no es lo correcto, de hecho es terrible pero así fue".
Un relato conmovedor que coincide con las reacciones que ha generado el asesinato de Laura Luengo y de la que Irene Montalá ha sacado una clara reflexión: "La inseguridad de saber que a veces, estar rodeado de gente no es sinónimo de estar a salvo. La realidad es, que como sociedad, tenemos muchísimo trabajo todavía. Estamos muy lejos de pensar que estamos seguras".
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