Aciertos y errores de la boda de Stella Banderas y Alex Gruszynski
Stella del Carmen Banderas Griffith y su baile de damas negras convierten su boda vallisoletana, según ella en un homenaje a España, en una party gótica más típica de un videoclip de estrella hortera del punk que de una ceremonia clásica castellana. Los muros históricos de la Abadía Retuerta y sus vinos deben seguir temblando y no precisamente por los decibelios de la música.

Era idea suya, más que de su ya marido Alex Gruszynski, pero todo parecía sacado de una fiesta guiri a las puertas del inminente Halloween. Voy a intentar ser bueno, algo, porque ella me recuerda a la ternura simpática de aquel Banderas juvenil de las “Mujeres al borde de un ataque de nervios” de Almodóvar. Aunque tengo claro que hasta todas aquellas locas divinas de aquel pintoresco “tipical spanish” se habrían muerto de miedo en esta tragicomedia de boda en la sobriedad de Castilla.
Aciertos
1. La novia, no en su conjunto, que me libre la cordura, sino en su amor por España, más allá de su atrezzo. Y sacando mi bondad, ella estaba guapa de cara porque tiene esos rostros dulces de las vírgenes no dolorosas de nuestro imaginario cristiano. Estaba bien maquillada y su melena natural endulzaba todo lo demás. Diré también en mi infinita misericordia que me gustaba su inocente sueño de rendir homenaje a su país natal, con todo ese encaje español y la propia elección del suelo en el que casarse.

2. El padrino. Porque Antonio Banderas es tan nuestro como nuestra cultura. Y estaba guapo y feliz casando a su hija en su patria. Además de los detalles con la prensa a las puertas de la finca, sabedor del búnker en el que habían convertido la Abadía Retuerta para blindar la exclusiva de esta boda.

3. El lugar, las raíces, el menú por mucho que no fuese en su Málaga natal, el llevar a España por bandera de la novia, casi como en homenaje a su apellido y a lo que lleva haciendo su padre tantos años.

Hasta aquí los aciertos.
Errores
1. La novia también, aquí en toda regla. Su exceso de romanticismo llevado a esa teatralización gótica como de show americano. Si todo ese encaje se hubiese minimizado en un vestido mucho más simple y menos de mega sirena de escena habría resultado más romántico y menos del gótico en el que casi todo se convirtió. Me horripilaban sus calas negras, tan terribles como las de Pilar Rubio en aquel despropósito en plena Catedral de Sevilla antaño. Una novia en un altar, no puede llevar flores negras como el presagio de un infortunio.
2 El novio. Con ese punto de dejadez, que parecía que ni se había enjuagado el pelo tras la party night de la preboda, ni planchado con mimo su camisa.
3 La madre de la novia. Esa Melanie Griffith recargada y gótica también aunque fuese en verde, con todo ese intento de seguir siendo la misma infante, también en su cirugía, que conocimos cuando se enamoró de Antonio. Pero ella me sigue despertando ternura y simpatía, a pesar de lo terrible de su atuendo y de ese recargado vestido con abrigo.
4 Las damas negras. Que no, que no es un título de un thriller, que era el conjunto de damas de honor, entre ellas la hermana de la novia Dakota Johnson, vestidas todas de encaje negro rotundo, como un puñado de plañideras de Castilla en el duelo de un terrateniente paleto pero tremendamente rico. Todas juntas gritaban dolor y sangre con sus ramos de flores negras y rojas. Más que de enlace y de vida.
Que sí, que podría seguir hasta la eternidad, nunca mejor dicho, pero poco más hay que añadir a esta fiesta que bien podría haber sido un aquelarre de brujas en el siglo XII en vez de una buena fiesta española en ese templo divino de arte, arquitectura, gastronomía, vino y tradiciones que es la Abadía Retuerta.
Pero que viva la novia, así lo digo alto y claro, y que viva su sentimiento de ser española, más allá de todo su espíritu yanqui y de toda su hortera parafernalia llegada allende los mares.