Del olvido de las alianzas a la estocada a la tarta: recordamos la boda de Enrique Ponce y Paloma Cuevas

Ahora Enrique Ponce está feliz al lado de Ana Soria, la joven con la que comparte su vida desde que se separó, pero hasta ese momento, parecía que Paloma Cuevas sería la mujer que le acompañaría toda la vida. No era una suposición descabellada, pues la pareja estuvo casada 24 años

Enrique y Paloma se conocieron en una plaza de toros, Paloma Cuevas acompañaba a su padre, Victoriano Valencia, a ver la faena en Algeciras, toreaba Enrique Ponce y, al parecer, no tuvo su mejor tarde. La joven se apiadaba de él y le pedía a su padre que le echara una mano y él se convertía en el apoderado de una de las promesas del toreo. 

No comenzaban inmediatamente su relación, fueron necesarios varios encuentros para que Paloma le diera su número de teléfono en la Navidad de 1992, y que pasaran varios meses (hasta marzo), para que Enrique se decidiera a usarlo. Comenzaban entonces un noviazgo que preocupó al padre de la joven, pero el torero le aseguró que sus intenciones eran buenas. “Maestro, voy con la mejor de las intenciones porque quiero que llegue a ser la madre de mis hijos”, así fue, la pareja tiene dos hijas, Bianca y Paloma.

Mantuvieron una relación a distancia durante tres años, mientras ella estudiaba en Boston y él trataba de consolidar una carrera que crecía como la espuma, lo que hacía que sus compromisos profesionales aumentaran, así como sus viajes. Él representaba la figura del torero serio, sensato y alejado de escándalos.

La boda de Enrique Ponce y Paloma Cuevas

Se casaron en la catedral de Valencia, en 25 de octubre de 1996. Enrique llegaba del brazo de su madre y luciendo el clásico chaqué, la novia llegaba veinte minutos más tarde y lo hacía en compañía de su padre. Llegaba con el velo sobre el rostro y, en las manos, un ramo formado por flores de azahar y rosas de pitiminí, tal y como recogieron las revistas de la época. 

El vestido de la novia estaba firmado por Chus Basaldúa, un diseño romántico confeccionad en tafetán de seda, con una cola de cuatro metros ribeteada por un volante de organza bordada. Este vestido era también una reliquia familiar, un homenaje a la madre de Paloma, de cuyo vestido de novia se recuperaron el polisón y las mangas. También a su abuela, suyos eran los pendientes de brillantes y perlas que lució. 

Fue una boda llena de detalles, pero no exenta de anécdotas, por ejemplo, los novios olvidaron las alianzas en el hotel y tuvieron que mandar a alguien a que las trajera. Cortaron la tarta con un estoque, un detalle muy torero en una boda muy taurina, y el pastel, de varios pisos, era una recreación de la plaza de toros de Valencia y la torre del Miguelete.

El baile se abrió con el tradicional vals, pero no faltaron las sevillanas, que los novios se atrevieron a bailar mostrando su gran complicidad y buena disposición para pasarlo bien con todos sus invitados, a los que reunieron en el restaurante Devesa Gardens, en El Saler. Allí les ofrecieron un menú de crema, bogavante y solomillo.