Así fue la boda de boda Mariola Orellana y Antonio Carmona: en Gibraltar, familiar y muy fiestera

Hay historias de amor que son cuentos de hadas, pero tendemos a olvidar que, aunque tengan final feliz, en estas historias los protagonistas tienen que superar muchas dificultades. La de Mariola Orellana y Antonio Carmona podría considerarse un cuento de hadas en toda regla. 

Los comienzos no fueron nada sencillos para la pareja, que a lo largo de sus tres décadas de relación han pasado por casi todos los puntos por los que puede pasar una relación, incluyendo la ruptura que les tuvo meses separados y tras la que decidieron volver a casarse en 2012. 

Juntos han superado dificultades y han encontrado el equilibrio, han aprovechado la fortaleza del otro y han formado una bella familia en la que el amor es protagonista, también el arte, que parece que les corre por las venas a los cuatro, a ellos y a sus dos hijas: Marina y Lucía. 

La boda de Mariola Orellana y Antonio Carmona

Cuando se conocieron, se quedaron prendados el uno del otro. Él quedó impactado por la belleza y la fuerza de Mariola y ella no pudo resistirse al encanto y el carisma de Antonio. Parecía que todo entre ellos era idílico, hasta que entró en la ecuación el resto de la familia. 

Antonio se encontró con la negativa de su familia a la relación porque Mariola no es gitana, unos prejuicios que él creía superados, pero que se cruzaron en medio de su felicidad. No fueron pocos los intentos de la familia de él por romper la relación, de hecho en Lazos de sangre, Mariola recordaba como su suegra le había dicho que "iba a hacer todo lo posible por quitarme de en medio"

Una situación que por suerte ahora es pasado, pudieron con tiempo y esfuerzo darle la vuelta a la tortilla, tanto es así que, en el mismo reportaje, la propia madre de Antonio aseguraba que ahora considera a Mariola como “una hija”. Para ello fue necesario mucho amor por parte de ambos, pero también algunas estrategias. 

Con el nacimiento de Marina, la hija mayor de la pareja, pudieron comenzar a suavizar las cosas. Antonio quiso que sus padres la aceptaran y la llevaba a pasar con ellos los fines de semana. Primero consiguieron que quisieran a la niña y el resto llegaría con el tiempo. 

Una vez nacida Marina, la pareja se animaba y, casi de un día para otro, organizaban su boda, que se celebró el 24 de agosto de 1993 en Gibraltar. Fue una ceremonia civil, celebrada en inglés y ante la atenta mirada de Isabel II desde un retrato en la pared. Los invitados fueron escasos, algunos amigos, los hermanos de Mariola y poco más, porque de la familia de Antonio no acudió nadie. 

Tras la ceremonia, celebraron un almuerzo en Sotogrande, en casa de un hermano de Mariola, donde les esperaban más familiares y amigos (como los padres de Orellana) para celebrar este gran día con ellos. “Fue una boda pequeña, pero superfamiliar y muy fiestera”, recordaba Mariola en conversación para Vanitatis. “Tomamos unos arroces riquísimos, platos típicos andaluces”. Por supuesto, también hubo tarta. Fue una boda tan improvisada que el vestido de novia se lo compró poco antes en Zara, de lino beis. 

La segunda boda fue religiosa y en Jerusalén