Mette-Marit recibe ayuda psicológica tras la imputación de su hijo por agresiones sexuales: "Una mujer con miedo"
Mette-Marit afronta un duro momento personal después de que su hijo, Marius Borg Høiby , haya sido acusado formalmente a por 32 delitos (cuatro de violación)
El príncipe Haakon habla por primera vez sobre la imputación de Marius, hijo de Mette-Marit: "Ha sido difícil"
En Noruega, el calendario real solía estar marcado por inauguraciones, viajes de Estado y pequeños gestos de cercanía con la gente. Hoy lo está por un juicio que todavía no ha comenzado, pero que ya se siente como una tormenta. El hijo mayor de la princesa heredera, Marius Borg Høiby, se ha convertido en protagonista de un caso penal que amenaza con eclipsar la imagen de una de las monarquías más discretas de Europa.
La gravedad de los cargos no necesita adornos. Lo que sí necesita contexto es el impacto que este proceso tiene sobre Mette-Marit, porque detrás de cada titular hay una mujer que vive atrapada en dos frentes: la salud y la maternidad.
Desde que se le diagnosticó fibrosis pulmonar en 2018, la princesa ha aprendido a negociar con sus límites. No es fácil para alguien cuya vida está diseñada para estar en primera línea aceptar que el cuerpo no responde. Durante un tiempo lo ocultó con sonrisas y agendas reducidas, pero el deterioro ya no es disimulable. La fatiga es visible y la Casa Real ha tenido que admitir lo evidente: sus funciones oficiales están condicionadas por la enfermedad.
Y justo cuando el tiempo debería haberse detenido para que pudiera cuidarse, llega este proceso judicial. Un hijo señalado por la Fiscalía, portadas internacionales, titulares que se acumulan… La ecuación es cruel: cuanto más avanza la enfermedad, más dura se vuelve la presión pública.
Mette-Martit ha recurrido a ayuda profesional
En este escenario, Mette-Marit no puede elegir un único papel. Es madre de un acusado, esposa del heredero y princesa que representa a la institución. Pero sobre todo es una mujer con miedo. Miedo a que el juicio arrastre no solo a su hijo, sino a toda la familia. Miedo a que cada paso en falso se convierta en un arma contra la monarquía. Y miedo, sobre todo, a no tener fuerzas para sostenerlo.
El recurso a ayuda psicológica, algo confirmado en el entorno más próximo, habla claro. Una princesa reconociendo que necesita apoyo profesional rompe el guion habitual de las casas reales, donde la vulnerabilidad se oculta tras los protocolos. En su caso, la vulnerabilidad es imposible de esconder.
La opinión pública noruega, tan exigente con la transparencia, se encuentra ante un espejo incómodo. ¿Cómo reaccionar cuando la futura reina se muestra débil, enferma y desbordada? ¿Cómo separar la responsabilidad penal de un hijo de la compasión hacia una madre que apenas puede respirar sin esfuerzo?
No se trata solo de un juicio, sino de un punto de inflexión para una monarquía que siempre presumió de normalidad. Hoy, esa normalidad se ha roto. La princesa que parecía encarnar la modernidad y la cercanía vive en una encrucijada donde ya no valen los cuentos de hadas.
Mette-Marit libra tres batallas al mismo tiempo: la de su cuerpo contra la enfermedad, la de madre, y la de su imagen contra un escándalo que no se puede tapar. Y en ambas, el desenlace es incierto.