Tino Casal: las claves de estilo de un genio incomprendido en su tiempo

  • Hoy sale a la luz 'Origen', un disco con nueve canciones inéditas que Casal grabó antes de hacerse famoso

  • La estética de un artista que encontró su personalidad a medida que se soltaba la melena y le crecía el tacón

La publicación de ‘Origen’, un disco inédito de Tino Casal grabado en 1977 y del que jamás habló a nadie, da una idea del carácter de este artista de quien sus allegados dicen que no perdía un segundo en pensar en el pasado. El material se grabó en Turín, apareció en Brasil y llegó a manos de Pablo Lacárcel, que lo ha editado con su discográfica Lemuria.

Un genio artístico desbordante (era músico, pintor y escultor), enormes cualidades vocales y una imagen modernísima vinculada a la ‘movida madrileña’ son las señas de identidad de este cantante nacido en 1950 en Tudela Veguín, Asturias, y fallecido en Madrid víctima de un accidente de tráfico en 1991.

Su estética, mejor comprendida ahora que en su tiempo, le valió el apodo del archiduque del pop español y es que supo mezclar sin pestañear detalles de los nuevos románticos con el punk-rock, el barroco y el glam, para crear un estilo propio al que El Museo del Traje dedicó en 2016 la exposición ‘El arte por exceso’ comisariada por Juan Gutiérrez y Rodrigo de la Fuente.

Fue un incomprendido precursor de estilos y los defendió en un país que no estaba a la altura de su desafío, pero la suya no era una estética impostada era algo íntimamente ligado a su desarrollo personal, o dicho con las palabras de Tino Casal: “fui encontrando mi persona a medida que me soltaba la melena y me crecía el tacón”.

En la definición de este estilo personalísimo de Tino Casal hay varios nombres fundamentales. El primero es el de la diseñadora de vestuario Pepa Ojanguren, a quien estuvo unido sentimentalmente durante más de diez años. Los otros son nombres de diseñadores nacionales como Pepe Rubio, Antonio Alvarado, Francis Montesinos, Pedro Morago o Gene Cabaleiro, y extranjeros como Gianni Versace, Vivienne Westwood o Thierry Mugler.

Sus viajes a Londres a principios de los años 70 y la evidente influencia de David Bowie, de quien aprendió conceptos como el glam y la androginia, forjaron una concepción estética que estaba muy al margen de la que se tenía en este país, incluso en alguna entrevista llegó a decir: “en España la gente no se viste, se reboza”

Adoraba todo lo que pudiera llamar la atención: los estampados felinos, la piel de serpiente, el cuero de colores, los broches de arañas, estrellas y salamandras, las pulseras, los collares, los anillos, los guantes de encaje, leopardo y cuero, los pendientes, los pañuelos y los sombreros. Y por si no era suficientemente trasgresor para la época, el maquillaje, el bigote, las patillas afiladas y el tinte del pelo también pasaron a formar parte de su ADN.

Customizaba sus chaquetas cambiándoles el cuello o los botones y tuneaba su ropa a base de añadir tachuelas, hombreras, flecos, lentejuelas, mallas metálicas, plumas, pedrería e incluso espray fluorescente para que brillaran en la oscuridad. También se atrevió a hacer sus propios diseños, que ejecutaba su modista Carmen Toro. Pero no eran disfraces, estos estilismos transmitían mucha información, hablaban de coherencia, de protesta y de personalidad.