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Fer Rivas, escritora: "La transición me ha hecho darme cuenta de lo absurdas que son las normas de género"

Fer Rivas, escritora. Cedida
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Un adolescente entra en la habitación del hospital a despedirse de su padre que está en coma. Sabe que es la última oportunidad para revelarle su verdadera identidad, pero no se atreve a hacerlo. Diez años después, la escritora Fer Rivas podrá volver de alguna manera a ese lugar gracias a 'Yo era un chico', una larga carta en la que cuenta a su padre todo lo que cayó. Un viaje al pasado que es también un intento de contarse a sí misma de nuevo y conseguir romper así con esa herencia de masculinidad asfixiante que había pasado de su abuelo a su padre, y de su padre a ella.

Pregunta: El libro es una carta a tu padre muerto por lo que no le pudiste decir en vida. ¿Tanto peso pueden tener en nuestras vidas para que no podamos ser quienes queremos?

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Respuesta: Sí. Los padres nos construyen mucho porque representan la forma que hemos aprendido de ver el mundo. Y nuestra generación nos hemos dado cuenta que el nuestro en muchos sentidos no funciona de la manera que nos gustaría que lo hiciera. Creo que el primer lugar al que se tiene que ir para cambiar las cosas es ahí donde lo has aprendido. Los padres son sombras que aunque los atravieses, siempre te persiguen; hay un rastro que siempre queda. La herencia, que me imagino como un río subterráneo, me interesa mucho. Es uno de los vínculos más bestias y que más tiempo nos acompañan.

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De ese río que es la herencia, uno de sus mayores afluentes es la masculinidad. Algo que tú intentas derrocar, alejarte de ella.

A mí me interesaba hablar de cómo la masculinidad se crea en la clase dominada o baja. En esta tiene una violencia mayor. Mi padre fue fruto de un barrio y un contexto social en el que mi abuelo se pasaba la vida trabajando. Hay algo en la masculinidad que es reactiva, es decir, como dice Roy Galán, que ser hombre es no ser niño, no ser homosexual, no ser mujer. A esto yo añado no ser pobre. Había algo que le hacía sentir incompleto en esa masculinidad que era el hecho de no tener un poder adquisitivo mayor.

Todo esto te hacía sentir mucha culpa.

Claro, porque la culpa y la vergüenza son los sentimientos que más perduran. Cuando sientes que nunca eres suficiente, que hay algo en ti que está mal, la culpa es lo primero que nace. Piensas que tú eres el responsable, el motivo por el que no encajas. Durante mi adolescencia e infancia, la culpa ha estado muy presente. También es la época en la que aparece el deseo, pero en una familia en la que lo principal es trabajar, el deseo no tiene lugar. Si a esto le añades que no es el normativo, lo que nace es la culpa y el asco. La culpa es una sombra que persiste y que es muy dañina, porque al final dejas de ocupar tu lugar hasta desaparecer o construir otro que se espera de ti. El viaje es un libro de poder aparecer más allá de la culpa y la vergüenza, algo que creo que es también muy hereditario.

Dices que dejas de ser la protagonista de tu vida. ¿Es entonces el libro una forma de recontarte tal como eres?

Para mí la escritura, como dijo Annie Ernaux, tiene mucho que ver con el hecho de poderme contar, con la posibilidad de existir. Impone una narrativa que no había en el relato familiar. Yo siempre digo que cuando mi padre murió, como se lo idealizó mucho, yo no pude hacer el duelo hasta pasados 10 años cuando ya generé una narrativa sobre mí misma. Eso me llevó a poder ver quién había sido ese padre para mí. El duelo y la escritura del libro están entrelazados: mi posibilidad de aparecer es la posibilidad de transitar el duelo. La literatura para mí tiene esa capacidad de hacer justicia. Incluso de permitirme esa conversación que no pude tener con mi padre. Y para ello, tuve que ser muy justa con su figura. Era una persona muy compleja y también me dio amor.

Esa nueva narrativa que necesitabas explorar hace referencia a la violencia de parte de tu padre, a la falta de cariño, al trabajo desmedido… unas formas de las que no te sientes parte.

Totalmente. Pero a la vez es curioso porque de otra forma continúan estando. Aunque confronte su modelo, todavía queda un rastro muy grande suyo. Por ejemplo en el trabajo, que muchas veces atraviesa todo y me define. En el libro hay una voluntad de retornar a aquello que no nos pertenece y que a menudo lo llevamos de mochila. Romper esa cadena de violencias y no reproducir lo mismo que había reproducido mi padre.

Dices que es complicado romper con esa cadena, ¿por dónde crees que habría que empezar?

Para mí la transición fue lo que más me ha hecho darme cuenta de lo absurdas que son las normas de género y lo mucho que nos llegan a limitar. Pienso que todos de alguna forma somos un poco trans, en el sentido de que constantemente estamos renegociando nuestras normas con el género. También entender que el género y la masculinidad no tienen que ser algo tan nuclear.

Aparte de todo ello, tenemos que dejar de estar atrapadas en el hecho de ser deseables. Nos comportamos como nos comportamos por el hecho de ser deseables y todo lo que comporta. Es decir, poder tener una familia, hijos, un buen trabajo, etc. Hasta que no renunciemos a ser deseables, será muy difícil romper con la masculinidad. Yo lo veo claramente con mis amistades femeninas: los mundos entre hombres y mujeres cada vez son más distintos y nosotras renunciamos a muchísimas de nuestras cosas para poder ser deseables para ellos. Y también deseamos un tipo de hombre al que nos vinculamos desde ese lugar.

Por eso, hasta que no se rompa ese binarismo de deseo no va a cambiar nada. Con la transición renuncié a ser deseable para encontrar quién era yo, porque quizá durante un tiempo o quizá nunca más volvería a ser deseable. Pero al menos voy a poder decidir quién quiero ser, cómo me quiero comportar, cómo quiero vestir, qué relación quiero tener con mi familia y amistades… Las narrativas trans, en esa renuncia al deseo, creo que pueden ser una de las respuestas a tu pregunta.

Después de todo lo que hemos hablado, de esa relación que vives con tu padre, creo que el libro también es una carta de amor total hacia él. En ella, le dices todo lo malo, pero también eres capaz de reconocer lo bueno.

Yo siempre digo que si no hubiera habido amor, no habría habido el dolor que hay. Todo niño y niña quiere ser querido por sus padres: hacemos cualquier cosa para recibirlo. Yo creo que mi padre me quería, pero lo hacía de una forma en la que yo no podía ser. Para mí era muy importante que aparecieran las dos cosas porque en cierta medida, aunque tuviéramos esa relación, cuando él se murió desapareció algo. Las personas queer renunciamos a este amor en pro de ser nosotras y esa carencia nos niega la oportunidad de tener un duelo, de ser queridas, de dejarnos querer.

El libro tiende una mano a la reconciliación hacia mi padre, aunque su amor me dolía. También fui un niño querido; sería injusto decir lo contrario. Si no, estaría haciendo lo mismo que él estaba haciendo conmigo. También hay que ser justos con ellos y entender en qué momento se construyeron. Lo que no quiere decir que lo perdones o no lo responsabilices. Tampoco puedes exigirles una cosa que no nos pueden dar ni nos van a dar nunca. Ni nuestros padres ni ninguna generación, ya que hay un salto y se procede un lugar distinto. Castigarlos y odiarlos permanentemente lo único que hace es que se traspase a las siguientes generaciones.