Aciertos y errores de la boda de Alejandra Navarro y Carlos Fuente
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Cuando me encargó Divinity el análisis de la boda de Alejandra Navarro tuve que buscar quién era, de dónde y a qué dedicaba su tiempo, casi como en la mítica canción de José Luis Perales de 1982. Ese año en que la Pombo, María, este paradigma de influencer y mujer de nueva era que cree que leer está sobrevalorado, ni siquiera había nacido. Vamos, que la boda no me interesaba mucho pero de repente el encargo prometía recolocar todo en su sitio.
No, no es una vendetta, pues nada me han hecho ni los novios, ni la invitada en cuestión. Es "una ocasión que la pintan calva". Y para ser justos en todo, sí, analizaré esta boda aunque a los novios los haya conocido por primera vez hoy gracias a los desbarres, también dialécticos, de su invitada estrella, la simpar señora Pombo. Que señora es, de Castellano, aunque ella siga navegando en una ridícula adolescencia idealizada.
Aciertos
1. La novia. Alejandra Navarro. No la conocía, ni me parecía fácil el vestido del atelier de Marta Martí. Pero estaba guapa y diferente a la vez. Y eso, en una novia, es un riesgo que a veces se convierte en un muy buen acierto.

2. El novio. Carlos Fuente. Y su chaqué marino. Perfecto.

3. María G. de Jaime nunca falla y me sigue demostrando que en el mundo de las influencers hay mucha hortera, mucha hueca de postureo, y a veces gente con clase y gusto para exportar, como ella. Y lo celebro.
4. Pablo Castellano siempre está guapo y perfecto con sus sastres marinos tan simples y efectivos para cualquier ceremonia. Su mujer no corre la misma suerte.
5. El print de Bea Gimeno tenía su aquel en su medido embarazo.
6. También el tweed rosa y verde, en pasteles, de la otra invitada embarazada, Silvia Desvalls, que me pareció ideal.

Errores
1. María Pombo. Por varios motivos. E insisto en que no es una vendetta de nada. Pero que una mujer con 30 años, madre de familia numerosa, tenga el cuajo de decir que leer no hace a nadie más culto, ni no leer más inculto, es que hace que se me caigan los palos del sombrajo. Y que de eso pase a la rabia pura como escritor, más allá de la decepción, de que alguien joven y acomodado tenga esta paupérrima concepción de la cultura en general. Hay que ser bruta y osada. Por pensar que los libros no nos enriquecen, y más aún por cacarearlo vanagloriándose de las críticas. Burra doble.
Una vez dicho esto, si me callaba reventaba de ira, tampoco me gustó su vestido de embarazada. No entendí esa ventana a su barriga, como si nos tuviese que demostrar que está encinta. A los que nos da igual nos sobraba la panza vista. A los que les guste ella tampoco necesitaban la muestra pública para saber que está gestando una nueva criatura. Que llegará, pobre, a una casa sin libros.
El vestido podría haber sido muy cuqui, pero no lo fue. Esa es mi verdad.
2. Su hermana Marta tampoco me gustó, más allá de las culturas e inculturas de sus libros o no libros, ella siempre parece la versión low cost de María en cuanto a estilismos se refiere.
Seguramente habría más errores y muchos más aciertos, no lo dudo, pero ni tengo constancia, ni me va la vida en ello.
Que sirvan esta columna de hoy para desear a estos novios mucha felicidad y para gritarle a los jóvenes que los libros, como la música, la pintura, el arte, son cultura general y una ventana abierta al mundo para viajar libres por nuestra imaginación y nuestras fantasías. Y eso, es el mejor pasaporte que tenemos los seres humanos.