El juicio contra Mairius Borg, el hijo de Mette-Marit dará comienzo el 3 de febrero de 2026 y se prolongará durante seis semanas
Así es Marit Tjessem, madre de Mette Marit y quien podría estar pagando las costas del juicio de Marius Borg
El calendario ya está marcado: 3 de febrero de 2026, Tribunal del distrito de Oslo. El juicio durará seis semanas, con 24 días de vistas, y terminará el 13 de marzo. Hay procesos que nacen como noticia… y otros que nacen como advertencia. Este pertenece al segundo grupo. El de Marius Borg Høiby no es un simple caso penal, es una grieta que, por mucho que la casa real noruega intente calafatear, sigue recorriendo el nombre de la heredera al trono.
Noruega lleva un año entero conteniendo la respiración. Porque Marius no es un príncipe, pero es el hijo que todos vieron crecer, el que aparecía en los posados familiares, el que formaba parte —aunque a su manera— del relato de modernidad que Haakon y Mette-Marit quisieron construir desde el principio. Y ahora, esa misma historia tiene que convivir con un juicio que llega con demasiadas preguntas y muy pocas excusas.
La fiscalía ha trabajado con una dedicación casi obsesiva. Más de sesenta testimonios, miles de archivos, un rastro digital que se ha convertido en el gran protagonista silencioso del caso. No es una investigación hecha deprisa ni al calor del escándalo, es el tipo de trabajo que se hace cuando se quiere entender bien qué ha pasado y, sobre todo, qué ha ido fallando por el camino. Cuando un expediente llega a juicio con este gran peso, ya no depende de titulares, depende de los hechos.

En torno a Marius se han construido dos versiones que avanzan en paralelo. La suya, en la que sostiene que no todo lo que se dice es cierto, y la de quienes han declarado a lo largo de meses, en entrevistas que no buscan dramatizar, sino ordenar. Para ellos, este juicio no es un espectáculo, es un cierre necesario. Y eso, quieras o no, cambia el tono del proceso, porque ya no se discute un rumor, se discute una historia completa.
Luego está lo doméstico, que a veces dice más que los delitos. El coche embargado por no pagar el seguro, las deudas acumuladas, la sensación de que su vida económica está hecha de sombras y descuidos. En cualquier otro caso sería un detalle casi anecdótico. Pero cuando hablamos del hijo de la futura reina consorte, un coche inmovilizado deja de ser un trámite y se convierte en algo mucho más incómodo. Se convierte en el síntoma de que nada está bajo control.

La actitud de la Casa Real noruega ante el proceso contra Marius Borg
La Casa Real noruega, consciente del impacto, ha tomado distancia de una manera muy fría y muy calculada: no pagarán las costas, no cubrirán indemnizaciones, no asumirán la factura del proceso. Haakon lo ha dicho sin rodeos, como quien entiende que a veces proteger a la institución implica dejar que un hijo adulto afronte las consecuencias de sus actos. Es una frontera clara. Pero las fronteras, en lo emocional y en lo mediático, nunca funcionan del todo.
Para Mette-Marit, es quizá el capítulo más duro. Ella, que ha pasado media vida tratando de construir un espacio seguro para su familia, vuelve a ver su intimidad convertida en debate público. No es solo el juicio, es todo lo que arrastra ese juicio. Es la carga emocional que supone enfrentarse a algo que no puede suavizar, ni controlar, ni encajar en el relato amable que siempre ha intentado ofrecer al país.

Lo que ocurra entre febrero y marzo no decidirá el futuro de la monarquía noruega, pero sí marcará su narrativa durante muchos años. Porque las instituciones nórdicas parecen inmutables… hasta que un caso personal les recuerda que también tienen puntos débiles. Y este juicio, con su calendario claro, su material probatorio y su inevitable eco social, es uno de esos momentos en los que el país mira de frente a su propia Corona.
Puede que Marius no represente oficialmente a la familia real. Puede incluso que el palacio intente convencer de que esta historia es solo suya. Pero en el imaginario colectivo, las cosas no funcionan así. Lo que empieza en un tribunal termina siempre en una conversación nacional.
Y esta, te aseguro, Noruega no la olvidará fácilmente.


