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Julieta Morón, tras quitarse los implantes de pecho: “Investigué cuáles eran los riesgos de tenerlos y decidí explantarme por prevención"

Julieta MorónCortesía
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A la edad de 18 años, la escritora y periodista argentina Julieta Morón (1990) se puso implantes mamarios. Los motivos podemos imaginarlos: complejos ante una sociedad, la de los 90 y los 2000, en la que el canon de belleza giraba en torno a los pechos grandes. Sin embargo, 14 años después decidió explantárselos. Los motivos aquí no son tan claros, o quizá la palabra debería ser desconocidos. Contrario a lo que se suele pensar, los implantes pueden conllevar un montón de problemas de salud como enfermedades autoinmunes, cáncer, intoxicación, migrañas, fatiga crónica y un largo etcétera más. Por ello, quizá para darle la vuelta a ese desconocimiento y que las personas tomen esta decisión bien informadas, en 2022 creó el exitoso podcast ‘Tetas vencidas’. Un proyecto que ahora está teniendo una segunda vida con el libro que lleva el mismo título.

Pregunta: A los 18 años te pusiste implantes. ¿Qué lleva a una persona recién llegada a la adultez a hacer esto?

Respuesta: Los factores por los que uno puede llegar a intervenirse son varios; algunos individuales y otros sociales. En mi caso, tenía y ahora vuelvo a tener el pecho muy pequeño, las caderas muy grandes y cada vez que hacía un test de una revista antes de mis 18 años me decía que mi cuerpo tenía forma de pera, pero yo quería tenerlo como una guitarra. Creo también que durante los 90 y los 2000, cuando yo era niña y adolescente, había unos modelos de belleza hegemónicos en los que tenía mucho peso el pecho grande. En ese momento me generó un complejo y siempre intentaba suplantarlo con rellenos. Yo quería que esas cosas que me ponía pasaran a ser mías. Por eso decidí operarme.

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Lo curioso es que, por más que una se opere, nunca se va a llegar al cuerpo perfecto.

Totalmente. He de decir que depende sobre todo de la mirada. En esos años, si me ponía una mirada crítica, podría haberme hecho muchas más operaciones. Pero si veo mi cuerpo como algo útil, funcional o busco la salud, de repente esas inseguridades no pasan por lo estético, sino por una necesidad de cuidados y buenos hábitos. Si tenemos esa mirada de que todo se puede arreglar y perfeccionar, es un camino de nunca acabar. Siempre hay algo a mejorar, cosas que poner, quitar, estirar.

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Aparte de que las modas cambian.

Desde luego. Lo que en un momento puede ser mejor, en otro ya no. Por ejemplo, a día de hoy está en auge el tema de los labios grandes, cuando antes lo fueron los finos. Lo mismo ha sucedido con los pechos o las caderas. Por supuesto que hay modificaciones que ayudan y no las demonizo, pero sí que creo que hay que ver si esos cambios no responden a una presión de la sociedad de homogeneizar lo que es deseable.

Entonces, ¿cómo podemos saber hasta qué punto es nuestro deseo o si nos estamos dejando llevar por lo que la sociedad impone?

Es muy difícil responder a esto. No creo que en un punto podamos dilucidar qué es enteramente nuestro y qué no. Algo que sucede en todos los aspectos de nuestra vida: al final somos seres histórica y espacialmente situados en un momento y todas nuestras decisiones, no solo con nuestro cuerpo, sino también qué compramos, a qué lugares vamos, lo que nos gusta comer, etc., son muy difíciles de separar de las decisiones enteramente propias.  Lo que sí que creo es que las que conllevan tiempo, dinero y salud, que tienen consecuencias de las que quizá ni siquiera llegamos a informarnos bien, requieren frenar un poco y cuestionarnos lo que hacemos.

A los 18 te pones los implantes y 14 años después decides sacártelos. ¿Por qué?

Son varias las razones. Desde que me implanté, tuve unas etapas en las que estaba muy cómoda, pero después me empezó a molestar la mirada ajena. Más tarde, hice una diplomatura en estudios feministas y empecé a ver hasta qué puntos estamos atravesadas por estos mandatos de belleza. También comencé a cuestionarme a mí misma si estaba de acuerdo con esa decisión, pero no entraba dentro de mi horizonte de posibilidades el sacármelos.

Sin embargo, un día vi un vídeo de Angie Monasterio contando que sus implantes le habían enfermado. Enumeraba un montón de síntomas que yo reconocí que había tenido durante esos 14 años y que ningún médico había relacionado con que tenía dos bolsas ajenas dentro de mi cuerpo. Me puse a investigar cuáles eran los riesgos, todas esas cosas que te pueden generar. Y decidí explantarme por una cuestión de prevención y de volver a mi cuerpo anterior.

Te pones a investigar y descubres los riesgos que tienen. Como dices, por muchos de ellos pasaste tú. ¿Puedes contar alguno?

El primero y el más básico es pasar por una cirugía, que ya es un riesgo. También que se puede desarrollar una enfermedad autoinmune que se conoce como el síndrome de ASIA. El cuerpo cada día se despierta y no reconoce eso que te has implantado. Comienza a atacarlo y se puede inflamar o generar células cancerígenas. Además, el hecho de que el sistema autoinmune se confunda puede llevar a que empiece a atacar cosas que son propias, como las articulaciones, la piel, la tiroides… Todo esto puede suceder sin necesidad de la rotura del implante: simplemente porque está dentro del cuerpo.

También está la posibilidad de intoxicación. Los implantes tienen más de cuarenta carcinogénicos, fitotóxicos y metales pesados que se transpiran y nos pueden suponer algunos problemas como la fatiga crónica, dolores en las articulaciones, migrañas, etc. que son difíciles de relacionar con los implantes. Aparte de estas tres, está la posibilidad del linfoma anaplásico de células grandes. Este es un tipo de cáncer que se da sobre todo con los implantes texturados. Todo esto no te lo cuentan o te lo dicen por encima o en un papel que firmas antes de operarte. Por ello, creo que no hay información suficiente para que la decisión sea consciente.

Algo que no solo te ocurrió a ti: otras muchas mujeres tampoco están al tanto de todo esto.

Yo no soy la primera ni la única. Mi caso no es excepcional ni una mala praxis del cirujano. Al revés: hay un montón de mujeres que cuentan que no les habían informado de que los implantes expiran, de que hay que tener el dinero para cambiárselos, las consecuencias que pueden tener… Esto lo podemos ver en un grupo de Facebook que se llama ‘Enfermedad de implantes mamarios’, que en el momento en el que escribí el libro tenía 30.000 miembros. Aparte de todo esto, en el grupo he podido leer testimonios de mujeres a las que, cuando se despertaban después de la anestesia, les habían puesto los implantes más grandes o les habían hecho otras operaciones porque el médico lo había decidido así. Esto sucede un montón, no es un caso aislado. Decisiones que se toman mientras estamos sedadas

Si pudieras volver a los 18 años, ¿qué te dirías antes de operarte?

Yo evito ponerme en un pódium oral; no creo que el hecho de que me haya explantado me haga más consciente de nada. Yo no demonizo los implantes ni la cirugía. No podría decirle a nadie que no lo haga. Yo cuento mi experiencia, invito a reflexionar sobre ello y a investigar sobre las consecuencias que puede suponer. Si una vez que has hecho eso, una quiere seguir haciéndolo, perfecto. Yo no sé si me arrepiento de haberme operado: tomé esa decisión porque creía que era la correcta y no sé si hoy sería la misma persona si no lo hubiera hecho. Haberme implantado me ha llevado a escribir un libro y a generar conciencia sobre ello para que otras mujeres se cuiden y se revisen. También para que puedan seguirse cuestionando todos esos mandatos.