En poco más de dos años de reinado, el nuevo monarca ha visto morir a figuras clave de su entorno
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Desde que Carlos III fue proclamado rey, el foco ha estado puesto en la institución, en los gestos, en la continuidad. En la corona heredada. Pero mientras todo eso ocurría en público, en el plano privado ha ido tomando forma otro relato: el de las ausencias. La tragedia en primera línea.
En poco más de dos años de reinado, el nuevo monarca ha visto morir a figuras clave de su entorno. Algunas directamente emparentadas, otras con mucho más peso emocional. No son muertes históricas ni ceremoniales. Son discretas, recientes, inesperadas. Y si algo tienen en común es que se han producido sin estridencias, pero que han dejado una huella imborrable en el rey y su familia.
No se trata solo del fallecimiento de una prima joven (Rosie Roche, que fue encontrada sin vida a los 20 años) o de un viejo amigo de cacerías (Ian Farquhar). Tampoco de un empresario con acceso al círculo íntimo del heredero (Sunjay Kapur). Lo que importa es el patrón: cómo, en tan poco tiempo, se han ido los que representaban parte de la memoria, del afecto y, en algunos casos, del relevo generacional que la monarquía necesita.
No es la primera vez que se habla de fatalidad en torno a los Windsor. El fantasma de Diana no ha desaparecido, por mucho que se intente silenciar. El reclamo de justicia de Mohamed Al-Fayed sigue flotando, aunque ya nadie lo nombre. Y el Koh‑i‑Noor, ese diamante que parece arrastrar derrotas, permanece como testigo mudo entre las joyas reales.
Los más cercanos al rey dicen que la muerte de su amigo Ian Farquhar fue un varapalo increíble para él
Pero las muertes recientes no alimentan teorías. Lo que sí ponen en evidencia es el desgaste íntimo de una familia cuya supervivencia depende, en parte, de parecer emocionalmente disponible, mientras gestiona su dolor en privado.
No hay cobertura institucional para el duelo cuando no hay cámaras. Y ahí es donde más expuesta queda la monarquía. Porque una cosa es reinar, y otra muy distinta es sostener una red de lealtades, afectos y vínculos personales que dan sentido a ese reinado.
Cuando un rey empieza a perder uno por uno a los que siempre estuvieron, también empieza a perder algo más difícil de recuperar: el espejo donde se reconocía.
Y si el peso de la corona es real, no es solo por la historia que arrastra, sino por lo que exige mientras caen los demás.
El poder, al final, no es lo que te colocan en la cabeza. Es lo que vas viviendo mientras todos miran hacia otro lado.
Además: el 'Megxit' no fue como nos contaron

Durante años, nos vendieron una historia simple: Harry y Meghan abandonaron sus funciones reales en una especie de escape caprichoso. Pero la verdadera historia — confirmada por documentos, abogados y hasta policías de alto rango — tiene más de conspiración que de crisis familiar. El Megxit no fue una ruptura. Fue la respuesta desesperada a una traición interna. Te cuento todo lo que ocurrió y cómo se desarrollaron los acontecimientos en el vídeo que encabeza esta noticia. Dale al play y descubre todos los detalles.